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Tras lo sucedido en París la semana pasada, no puedo dejar de pensar en uno de los inevitables motores de la tragedia: la religión. Y viendo lo que esto suscita en compañeros de profesión, además de presenciar ciertos debates sobre los valores religiosos en psicoterapia, llevo días analizando si es conveniente o no hablar de algo que sin remedio, ronda mi cabeza incesablemente. Me siento responsable por la parte que me toca de mover ficha en este mundo hablando de religión, o de no religión.

Hablar de psicología y religión como si fueran cuestiones compatibles, ha disparado mi alerta interna, y sin quererlo, me he visto analizando la pertinencia de semejante combinación. ¿Podemos mezclar ambas cuestiones? ¿Es sano, ético e incluso posible que un psicoterapeuta ejerza a través de sus valores religiosos? Desde mi concepción de la psicoterapia, esto es técnicamente imposible, pero una vez más, la religión se mete sutilmente donde no debe, y se instala ahí.

Nuestro trabajo es, desde la absoluta aceptación de la persona a la que atendemos, ayudar a modificar aquellos aspectos de su psique y la relación de ésta con su entorno que estén provocando sufrimiento. Los esquemas religiosos son creencias que la persona ha aprendido en su cultura de origen, al igual que cualquier otro sistema de creencias que soporte su personalidad. Pero en ningún caso se me ocurre cómo podría ayudar al paciente que yo fuera igualmente creyente de un sistema tan estricto de esquemas.

Los valores cristianos, por coger aquellos más cercanos a quienes me rodean, son parte de un código que resulta incompatible con la vida psíquica y emocional que como profesional, sé que el ser humano tiende a desarrollar: ayudar sacrificada e indiscriminadamente al prójimo, honrar a los padres sean estos cómo sean y hagan lo que hagan, fomentar la responsabilidad ante las acciones moralmente inadecuadas  en los niños (cuando la responsabilidad de sus actos corresponde a los adultos que los crían), la negación de impulsos, instintos, fantasías… tan saludables ellas para nuestro desarrollo, o de  emociones primarias y necesarias para la supervivencia como la rabia o el deseo sexual,  a cambio de la potenciación de emociones secundarias como la culpa o la vergüenza…

Todas las religiones implican mandatos e imposiciones sobre la vida interna de la persona con las que el psicoterapeuta jamás debería aliarse. Ser psicoterapeuta y creyente- practicante de cualquier religión, cristiano, musulmán o seguidor de los dioses egipcios, puede provocar que el propio psicólogo valide (o invalide) actuaciones de su paciente como buenas o malas, guiándose por el código “moral” que ambos comparten. Y dado que el psicólogo jamás debería ser nada parecido a un juez, estar libre de cualquiera de estas creencias en su práctica profesional supone una garantía de apertura, aceptación, comprensión de cualquier actitud o sufrimiento que un paciente pueda estar manifestando.

¿Cómo integra un psicoterapeuta cristiano el trauma producido por una mujer que ha abortado? ¿O cómo ayuda a validar la necesidad sexual no satisfecha fuera del matrimonio? ¿Cómo atiende a un paciente homosexual? ¿Cómo reconoce la necesidad de expresar la rabia (tan poco cristiana pero necesaria) hacia el prójimo? ¿Cómo atiende a un musulmán? ¿Cómo comprende o ayuda a un ateo?

Sé que muchos entenderán que esta es una posición en sí misma. Que yo estoy por lo tanto movida por mis propias creencias, como si fuera completamente imposible liberarse de una posición acerca de la religión. Como si esto fuera un área más de la vida de la persona imprescindible para todos. Sin embargo, considero que el psicoterapeuta debe estar disponible para entender el mundo del paciente y moverse en su sistema de creencias sea éste cual sea, sin reconocerse “socio” del mismo club. Por ello, un psicoterapeuta laico es un psicoterapeuta que no pertenece a ningún club: no está tampoco especialmente en contra o favor de ninguno en concreto. Los entiende como un área de la vida del paciente si es así, pero no como algo propio. Simplemente puede tener algo más de claridad a la hora de ver sin juzgar al paciente que sí lo sea, o a aquel que no lo sea. Pero un psicoterapeuta manifiestamente prácticamente de una religión concreta, ¿cómo se libra de todo esto para trabajar como “dios manda”?

Dado que en nuestra profesión es imposible separarse de nuestra propia psique para intervenir y relacionarnos con los pacientes, la mente del psicólogo debería tener unos límites amplios, donde quepa cualquier condición y todas ellas sean vistas a través del prisma de la psicología, en ningún caso, de la religión. En definitiva, creo que el profesional de algo tan necesario como la psicoterapia jamás debería ser confundido con un cura o confesor.

No pretendo ser humilde ante esta cuestión. Probablemente éste sea también uno de esos valores cristianos que en muchas ocasiones limita la capacidad de la persona para posicionarse, opinar o sentirse convencido de lo que siente y piensa.

Como no practicante religiosa, no tengo porque aliarme con posiciones que defiendan actos o actitudes que suponen un perjuicio claro sobre la vida de otros seres humanos, a través de las normas estrictas, los mandamientos, las imposiciones morales, los juicios o las amenazas de un castigo eterno, todo ello, en nombre de la interpretación que cada uno realiza de un dios aparentemente común, pero completamente subjetivo.  No me alío, en todo caso, comprendo y empatizo con el sufrimiento que inevitablemente esto conlleva. Es la trampa religiosa; creer que el sufrimiento es inherente a la condición humana terrenal y solo dios puede salvarnos. Sin embargo, no paro de ver como son precisamente esos valores, imposiciones, mandamientos, tan sutilmente embebidos en nuestra cultura, tan introyectados en la mente de la gente, los que provocan el sufrimiento.

Como persona mi opinión al respecto es clara. Y solía mantenerme al margen precisamente entendiendo que la neutralidad es la condición más elegante para moverse en este terreno. Pero precisamente, creo que la neutralidad en este asunto no implica ocultar mi postura, sino manifestar la no adherencia a ninguna religión. Elijo ser eso como persona, y creo que la ética profesional me exige que en este asunto, coincida como profesional. Religión y psicoterapia son caminos paralelos que nunca deberían cruzarse.

Nerea Bárez