Jugar se asocia con el ocio, el disfrute, el tiempo libre. En adultos lo tenemos claro, porque el juego directamente es algo casi que no hacemos o no nos permitimos hacer. Sin embargo eso no quiere decir que no juguemos, solo que la versión adulta de lo lúdico es diferente.
En niños hay un cierto ambiente cultural que implica considerarlo un extra, algo que solo debe realizarse cuando se han hecho todas las demás cosas “importantes”. No obstante, ¿es realmente el juego algo a dejar en un segundo plano?
Como sugiere Papalian y Martorell (2017) el juego es el trabajo de la niñez temprana. En realidad de hecho este símil implica considera el juego un equivalente al trabajo adulto (una obligación o imposición social) cuando realmente es mucho más.
Es cierto que los niños sienten placer al jugar, y eso en si mismo implica un refuerzo natural como puede ser la comida, el ejercicio o, en adultos, la actividad sexual. Es decir, todo aquello que genera placer podríamos pensar que surge de un sistema natural de refuerzo que biológicamente tienen la función de estimular que se haga. Es una actividad que supone un gasto importante de tiempo y energía, que va progresando hasta llegar a la madurez sexual y que es alentada por los padres de todas las culturas.
Y ¿Por qué es importante? Evolutivamente parece tener varias funciones, pero principalmente parece una forma de aprendizaje fundamental y de entrenamiento de habilidades prácticas.
Como plantean algunos autores esta actividad es fomentada por los padres de numerosas culturas porque es mucho más “productiva” en el presente que otras actividades en las que podrían participar los niños y que no lo serían tanto por su evidente baja competencia.
Genera placer y en sí mismo esto ya debería ser un motivo para permitir que se realice, en tanto en cuanto no es una actividad perjudicial ni adictiva. Pero también tiene sus beneficios físicos (gasto de energía) y psicológicos, estimulando la imaginación, la creatividad y la resolución de problemas.
Hay diferentes tipos de juego y no todos son necesarios o adecuados a todas las edades. De hecho el juego va cambiando y suele hacerlo acompañando los diferentes hitos del desarrollo. No obstante, el juego libre es siempre la mejor versión para el niño, ya que le permite expandirse de una manera espontánea y desarrollar su mundo interno siguiendo sus motivaciones sin restricción o imposición externa. Este juego libre no siempre es adecuadamente acompañado por los adultos, siendo frecuente que al contrario, se limite, restrinja a ciertos horarios o condiciones e incluso, se prohíba. Porque se entiende en demasiadas ocasiones como la actividad secundaria, como si fuera un trocito de azúcar que se le da al niño solo si se ha portado bien o ha hecho todos los demás quéhaceres.
Quizás sea complicado, pero es fundamental comprender la importancia que esto tiene para el desarrollo de la mente humana. El juego debería ser considerado una de las necesidades básicas del niño, su principal ocupación y algo que realice solo o acompañado el mayor tiempo posible.
Buscando un posible colegio para mi hijo de 3 años fui a una visita a un centro de metodología Montessori. Conocía la base de este tipo de educación y ciertas cosas me convencían más bien poco. No obstante quise entenderlo bien y sobre todo ver cómo se aplicaba la teoría a la realidad de una escuela infantil. El sitio era estupendo, los materiales maravillosos, el ambiente parecía genial para un niño pequeño. Pero perdieron totalmente mi confianza cuando la educadora que me estaba enseñando el centro me enseñó las diferentes “zonas de trabajo” que tenían preparada para los niños. Tras repetir varias veces este concepto le pregunté, inocentemente que porqué lo llamaban trabajo. Y ella me respondió con rotundidad que eso es lo que hacían los niños; que para ellos quizás fuera “juego” pero en realidad era trabajo, puesto que había un fin, una manera de realizar aquellas actividades preparadas para su aprendizaje.
Consideré una confusión tan básica y una proyección tan adulta aquel argumento que ya nada más de lo que vi me sirvió. El niño no cree que está jugando, es el adulto, en todo caso quien lo interpreta como un trabajo. Y considerarlo como tal solo lo llenará, inevitablemente de presiones, expectativas y directrices, por más que el método de enseñanza proponga lo contrario.
El verdadero juego libre y espontáneo no requiere instrucciones ni se basa en las expectativas adultas. Se trata de un baile, un movimiento libre y espontáneo que muchos adultos quizás no puedan comprender salvo que busquen en sí mismos aquel niño pequeño que volaba libre aunque solo fuera en su imaginación.
El juego no es algo que los niños hacen para gastar energía antes del verdadero aprendizaje, sino que es el contexto en el que se realiza gran parte del aprendizaje más importante
(Papalia y Martorell, 2017)