Seleccionar página

imagen-blog

Hoy pienso en nuestra profesión. Qué difícil. Qué arriesgada. Qué apasionante. Pero a veces, qué desastre.

Llevo ya un tiempo trabajando en esto, y he conocido muchos psicólogos. Somos un gremio complejo y complicado. A veces, la carrera funciona como una ilusión de terapia; el estudiante, consciente o inconscientemente, elige esta disciplina porque intuye que algo debe mirarse. Pero mientras estudia la carrera, no se mira nada, al contrario, solo mira fuera. Luego sale, y se especializa. Se especializa en algo que sigue moviéndole inconscientemente, con un poco más de concreción quizás, pero medio ciego aún. Hace como que se mira, pero esa mirada es solo parcial. No mira todo lo que debería (a veces, claro, quien ayuda a mirarse es alguien que a su vez, está atrapado en este bucle de ceguera). Y el gremio se llena de personas que ejercen esta profesión sin una atención plena a sus pacientes. Se quedan a medias. Se disocian mientras trabajan. Se dejan de lado, porque a sí mismos no se quieren prestar atención, al menos del todo (como cuando no prestamos atención a un cajón desordenado… si lo miramos nos toca colocarlo, así que mejor cerrarlo)

Y así ocurre. Que llegan a sus trabajos y ejercen su psicoterapia de libro y técnica espléndidamente. Pero se olvidan de cosas fundamentales, porque en realidad, están a otra cosa. No están al paciente o cliente. Al igual que estudiaron su carrera para ver si podían resolver sin hacer, ejercen su trabajo para ver si pueden distraerse y desplazar sus problemas a otros. Resolver sus cuestiones a través de los demás. Entretenerse y desaparecer mientras pasa el tiempo… Pero claro, se quedan a medias. Una parte de si mismos no está ahí. No está con el paciente. Son casi como marionetas de una parte de sí mismos que dirige desde la sombra. Y esto, al final, el paciente debe notarlo. Al igual que un niño nota a un padre «a medias».

Y se olvidan de quienes son. Y de quienes tienen delante. Y funcionan por inercia. Apagados, con una falsa presencia en forma de fino cristal opaco. Como uno de esos médicos que cuando te hablan piensas «¿cuándo perdiste el interés en tu trabajo?» Pero es que en esta profesión, la atención plena es aún más importante que en la medicina. El paciente requiere nuestra presencia, al menos, y como mínimo indispensable, el rato que estás con él. Y ese rato, no puedes dejarte a medias. No puedes querer desaparecer, embebido en los problemas del otro, dejando de lado los tuyos. Tienes que estar ahí, al 100%. Reconocer lo que es tuyo y lo que es del otro. Ser consciente de lo que no sabes, no puedes, no quieres, no debes.

Qué difícil profesión. Qué exigente. Qué expuestos nos deja. Tarea delicada, impresionante, apasionante.