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Decir que no, es diferente a castigar. El niño necesita un no; la frustración es parte de la experiencia. Todo no será concedido, conseguido y aceptado. Saber decir que no es tan importante como saber recibirlo.

Pero un no puede ser dicho con calma, con amor, con sonrisa. Educar no es castigar. El castigo ignora el proceso interno; reprende la conducta, lo externo y observable. No atiende lo interno, la emoción, la experiencia. ¿Puedes castigar sin agredir? ¿Puedes decirle que no a tu hijo sin enfadarte con él? ¿Puedes quererle a la vez que le ayudas a frustrarse?

La agresividad se castiga; y el castigo se ejerce con agresividad. Si un niño insulta, el adulto utiliza un método claramente punitivo para procurar que no vuelve a insultar. ¿Por qué es malo el insulto? Supongo que porque agrede. Quien insulta, agrede al otro. Y sin embargo, ¿Castigamos los insultos? ¿Nos enfadamos, cambiamos el gesto de la cara, gritamos, ignoramos o hacemos que el niño sufra para así explicarle que no debe hacer sufrir a otros?

Castigar no ayuda en absoluto a desarrollar la empatía. Si modificar la conducta depende de haber recibido un buen castigo, se fomenta la regulación puramente externa de la conducta. No aparece empatía, ni mentalización, ni reflexión, ni si quiera culpa… solo aparece evitación del dolor. El niño deja de hacer lo que hacía para evitar el dolor que supone el castigo. Se propone, literalmente, un método educativo basado en el sistema de aprendizaje que siguen las ratas. Literalmente, que nadie se asuste. La terapia de conducta es una evolución (no demasiado refinada) de los principios de aprendizaje que se observan en ratas de laboratorio.

Pero, ¿y los procesos internos? Los humanos tenemos procesos internos. Sí. Emociones, pensamientos, creencias. Y los niños necesitan que se les ayude a desarrollarlos. Pero qué miedo da dejar de hacerlo como siempre se ha hecho. Con zapatilla o cinturón.

Dejar de castigar, atenta a la autoestima del adulto que se atreve a pensar en ello. ¿Cómo voy a no castigar? ¿Dejaré de ser figura de autoridad? ¿Me perderán el respeto? ¿Se volverán unos salvajes y seré yo el culpable? Qué pena que la tradición no pueda ser superada, y que poca gente cuestione el castigo como fuente de autoridad y respeto.  Sin duda, pensamos en el castigo como la herramienta sofisticada, cuando en realidad, es la herramienta más básica con la que opera cualquier animal, sin necesidad de cerebro apenas. Cualquier grupo de células con capacidad de movimiento tiende a evitar lo doloroso.

Utilizar este método con los niños es despreciar completamente su capacidad para pensar. Ignorar el resto de cerebro en desarrollo que les va a permitir funcionar como seres humanos evolucionados e inteligentes. Solo usar el refuerzo y el castigo para educar, es dar por hecho que funcionamos como ratas, pero solo como ratas. Es olvidar todo lo demás que somos capaces de hacer. Ignorar nuestra capacidad de razonar, de utilizar las emociones para nuestro aprendizaje, de empatizar, de simbolizar la experiencia, de mentalizar e incluso, de pensar sobre lo pensado.

Nunca he valorado más a alguien que me castigara más. No creo que la autoridad, el respeto y el amor se transmitan con castigo. Y no creo que ningún niño lo sienta así.  Los niños no aprenden mejor con agresividad. No deben ser castigados hasta que tengan edad de castigar. Merecen el mismo respeto y actitud que tendríamos ante el más educado de los adultos. Merecen ser considerados y valorados como si ya fuesen adultos e incluso, un poco más. ¿Cuándo seas padre comerás huevos? Tal vez niños que comen huevos ya de pequeños, se convierten en adultos que entienden que se debe respetar a cualquiera, adulto o niño. Y no solo en función de la edad. ¿Castigas a tu vecino cuando no te saluda? ¿Pegas gritos a tus compañeros de trabajo cuando no rinden lo que deberían? ¿Retiras la atención y dejas de hablar a tu mujer o marido cuando no hace lo que quieres? Esto suele llamarse violencia. Entre adultos, es violencia. Con los niños es educación. ¿No será un fallo educativo de base? Superemos ya esto, hagamos algo para dejar de verlo así. Pero empecemos por arriba. El fallo debe arreglarlo el adulto; el esfuerzo por lo tanto, no se le debería pedir al niño.