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Cualquier aficionado a las películas fantásticas de terror sabrá que, sin duda, son historias plagadas de imaginación. Fantasmas, alienígenas, dimensiones paralelas, muertos vivientes, asesinos inmortales, monstruos imposibles de destruir… Las escenas que solemos considerar terroríficas no son más que proyecciones de las fantasías de autores que han dejado volar su imaginación hasta terrenos alejados de la realidad.

Esto resulta perfectamente compatible con la mente infantil. Los niños son quienes mejor manejan estos terrenos; su vida es juego, fantasía, y aún se encuentran en esa fase de la vida en la que, aun sabiendo que algo no es real, disfrutan imaginando que existe de verdad. Todos los niños, vean o no películas de terror, juegan a los zombies, a las persecuciones, a las guerras… Cuando pueden, a las tinieblas o a la ouija, y todos ellos además, pasan una parte de su vida tratando de resolver misterios sobre la realidad que sus padres suelen provocar (como decidir si Papa Noel es real o no, si Dios existe o no…) y llegando a conclusiones lógicas antes de lo que a la mayoría de padres les resulta cómodo. Son perfectamente capaces de manejar el terreno de la fantasía y de diferenciarlo del de la realidad, siempre y cuando los adultos que les rodean les permitan hacerlo.

¿Por qué entonces alejar al niño de este tipo de películas? Soy gran aficionada al cine de terror y por ello se cuán fantasioso puede llegar a ser. Cuando veo una película de miedo, rara vez tengo pesadillas. Y tampoco las tenía siendo niña. Muy al contrario, este tipo de cine me resulta una experiencia entretenida, y considero que es mi niña interna quien más disfruta con ella. ¿Podría ser de otra manera? ¿Hay algún fragmento del yo adulto, racional y sensato que pueda entender o participar de la locura de una absurda película de terror?

Se suele pensar que los niños no deben ver este tipo de películas. Parece que son contenidos que sus jóvenes mentes no van a comprender o saber utilizar. Muy al contrario, tendríamos que verlo como auténticas oportunidades para que exploren sus miedos, cristalicen sus fantasías de muerte y pérdida e incluso, se permitan sentirse malos identificándose con los monstruos.  Son en definitiva, los cuentos de hadas modernos.

Todos los padres validan que sus hijos vean historias de Disney o lean cuentos clásicos porque están clasificados como material infantil. Pero si nos paramos 10 segundos a observar, veremos auténticas películas de terror en forma de cuento para niños. En toda historia de Disney hay desgracia, muerte, tortura, crueldad… hay malos malísimos cuyas intenciones son peores que las del más aberrante demonio de ficción. Hay niños que pierden a sus padres, brujas, hechiceros, fantasmas o bestias que pretenden secuestrar e incluso comer niños. Abandonos, maltratos… Todo tipo de experiencias traumáticas contadas a través de personajes con los que encima, el niño puede claramente identificarse. Pero dejándonos llevar por los colores y las purpurinas que desde luego no tienen las modernas películas de terror, las clasificamos como infantiles sin apreciar apenas el carácter realmente oscuro de la historia que nos están contando. Y muy probablemente, los niños disfrutan con estas historias porque sí atienden al contenido. Funcionan tan bien porque son en realidad historias de terror que ayudan al niño a proyectar y elaborar sus propios temores.

Si analizamos un poco más, al fin y al cabo siempre existe el mismo argumento de fondo: el mal contra el bien. Desde la Biblia hasta Harry Potter, pasando por Caperucita Roja o la Guerra de las Galaxias, todas las historias que aceptamos que un niño pueda leer o ver, son en realidad un cuento sobre el bien y el mal. Y al final, casi siempre sucede lo mismo: el bien acaba venciendo. Aunque en algunas de estas historias, como por ejemplo, la propia Biblia, hay un mal acechante y amenazador que no termina de desaparecer… ¿podría haber algo más terrorífico que eso? Y sin embargo, la religión no es una “asignatura para adultos”; todos consideramos que el niño, lo entienda o no, podrá asumir una clase de catequesis sin tener pesadillas.

En cualquier caso, parece que el niño disfruta e incluso necesita estas historias. Es la manera en la que puede enfrentarse a sus miedos más profundos sin tener que experimentarlos realmente. Ver una película de terror, aunque haya sangre y vísceras va a ser para él otra forma más de elaborar estos miedos, inevitables por mucho que se traten de ignorar.

Como expone Bettelheim, autor de un interesante libro sobre la psicodinámica de los cuentos de Hadas: “Muchos padres están convencidos de que los niños deberían presenciar tan sólo la realidad consciente o las imágenes agradables y que colman sus deseos, es decir, deberían conocer únicamente el lado bueno de las cosas. Pero este mundo de una sola cara nutre a la mente de modo unilateral, pues la vida real no siempre es agradable. […] Está muy extendida la negativa a dejar que los niños sepan que el origen de que muchas cosas vayan mal en la vida se debe a nuestra propia naturaleza; es decir, a la tendencia de los hombres a actuar agresiva, asocial e interesadamente, o incluso con ira o ansiedad. Por el contrario, queremos que nuestros hijos crean que los hombres son buenos por naturaleza. Pero los niños saben que ellos no siempre son buenos; y, a menudo, cuando lo son, preferirían no serlo.

En este afán de protección, los padres niegan una parte fundamental de la experiencia a sus hijos, y realmente no están alejándoles del miedo, si no que están bloqueando una posible salida para su elaboración.

La verdadera protección no es impedirles ver contenidos sangrientos por televisión. Freddy Krueguer (un hombre del saco televisivo) puede convertirse en un personaje de cuento más si el niño que ve la película lo hace con unos padres conscientes al lado que le trasmiten la sensación de protección verdadera en la vida real. Con ellos cerca, el niño fantaseará a través de Pesadilla en Elmstreet con que mata al malo o incluso, con que él es el malo. Experimentará pequeñas dosis de adrenalina cuando la película le ofrezca sustos (una experiencia incluso divertida, como puede ser la montaña rusa o jugar al escondite y que te pillen) y se irá a dormir tranquilo porque sabrá que ese personaje no era real, pero que quienes sí lo son sus padres, los verdaderos protectores de su cuento.

Artículo escrito por Nerea Bárez