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Fruto de la recopilación de numerosas investigaciones sobre los vínculos madre-hijo en la primera infancia, la Dra. Karlen Lyons-Ruth, importante investigadora en psicología del desarrollo, acuñó el término “comunicación colaborativa” para referirse al tipo de interacciones idóneas para establecer con un bebé.

Según plantea, el tipo de comunicación que favorece la seguridad en el niño, se basa en cuatro pilares fundamentales:

  1. El cuidador debe estar receptivo a una amplia gama de experiencias infantiles. Es decir, debe ser una especie de “esponja” (el cuidador, no el hijo, que ya lo es por defecto) que se encargue de aprender todo lo posible sobre lo que siente, desea y cree su hijo. No vale ignorar emociones “incómodas” o experiencias que uno considere “inadecuadas”. Es necesario mantenerse abierto a captar todo tipo de de experiencias. El bebé va a sentir, va a experimentar una amplia gama de emociones y sensaciones propias, y sus cuidadores no pueden ignorarlas, rechazarlas o castigarlas. Tiene que permanecer sensibles a estas vivencias, tratar de entenderlas, darles permiso, y ayudarle a calmarlas o potenciarlas.
  2. El cuidador debe esforzarse por reparar los “daños” en la relación. Es decir, cuando existe un momento de ira, enfado, confusión, desatención… el cuidador debe hacerse consciente, y tratar de repararlo. Así, ayuda a mantener la expectativa de que se pueden restaura el equilibrio emocional (hay que tener en cuenta que cualquier manifestación de este tipo por parte del cuidador puede provocar una experiencia de sufrimiento muy fuerte en el bebé si precisamente no se repara)
  3. El cuidador debe ayudar al niño a potenciar su incipiente capacidad de comunicación. Desde el primer momento, es importante intentar expresar con palabras lo que el niño aún no puede, y posteriormente, pidiéndole que hable, que use sus propias palabras para expresar sus emociones, sensaciones y vivencias.
  4. El cuidador debe estar dispuesto a enfrentarse activamente con el niño, para poner límites, y también, para permitir que el niño proteste. A partir de un determinado momento, el niño comienza a desarrollar el sentido del “sí mismo” y por lo tanto, a diferenciarse e independizarse emocionalmente. Hace falta permitir este proceso, a la vez que se pueden ir estableciendo límites que le enseñen al niño dos cosas: que él es una persona y que el cuidador, otra. Pero que esto no imposibilita la buena relación (ni hace falta sentir lo mismo, ni está prohibido sentir lo contrario….)

En definitiva, este tipo de “comunicación colaborativa” supone conocer la mente del otro. El bebé aprenderá este tipo de proceso con el tiempo, es decir, terminará comprendiendo, en un momento de su desarrollo, que otros seres humanos tienen su propia mente (ya que aunque parezca muy obvio, al principio, no lo sabe)

Pero se da por hecho que los padres si lo saben, ¿verdad?.

Se ha comprobado como los niños con más seguridad, suelen ser hijos de padres que empatizan con sus emociones, entendiendo que tras las conductas infantiles, existen sentimientos, creencias y deseos propios del niño, aunque contradigan a los de los padres.

En palabras del neurocientífico Dan Siegel, hace falta que el niño “se sienta sentido”, a través de un cuidador que comparte con él su experiencia emocional, y yo añadiría, sin invadirla y sin invalidarla.

Me parece fundamental que precisamente, no se trata de encajar siempre a la perfección con lo que el niño quiere, desea o pretende, si no más bien, darse cuenta de que tales deseos y sentimientos existen. Si contamos  con ello, podremos sintonizar cuando sea posible, y cuando haya conflicto, entenderemos que éste puede existir, pero que hace falta repararlo de algún modo, porque el otro, aunque sea un niño pequeño (y de hecho, especialmente, por serlo) necesita que se cuente con él.

Escrito por Nerea Bárez (Psicóloga)