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Escucho recurrentemente lo interesada que está la gente en que los niños logren cosas que comienzan por el prefijo “auto”. Es decir, que sean autónomos, que tengan autoestima, que se autoregulen (y se calmen, duerman solos, no se enrabieten…) En definitiva, que consigan hacer cosas solos y por sí mismos.

Claro, este es el objetivo del desarrollo de cualquier ser vivo. Y los adultos tratamos de fomentar que los niños lo logren. ¿Pero por qué tanta pasión en que lo logren cuanto antes? ¿Para que puedan escapar de la manada de leones que acechan en cada puerta? ¿Para que logren ir pronto a cazar solos y así sobrevivan a la inminente muerte prematura de sus progenitores? Si esto fuera así ahora, o si estuviéramos en un entorno semejante, efectivamente el castigo físico, la extinción de conductas que llamen la atención de depredadores (como el llanto) u otros métodos que pretenden lograr cambios rápidamente, serían altamente eficaces.

Sin embargo, ahora podemos permitirnos otro tipo de proceso. Hace ya mucho que estas no son necesidades imperiosas del ser humano para adaptarse; hemos dominado a las especies potencialmente depredadoras, nuestra esperanza de vida es mucho mayor y nuestros hábitats no son especialmente hostiles (al menos en gran parte de los países desarrollados).

Además, acompañando a nuestras grandes capacidades como especie (como aprender un repertorio infinito de posibles comportamientos, y funcionar en sociedad, con lenguaje y pensamiento reflexivo) se encuentra nuestro lento y refinado desarrollo físico, que conviene recordar. El ser humano nace completamente incompetente; un bebé es un ser dependiente por definición, que nace rápido (tras solo 9 meses de gestación) porque sino, seguramente, sería inviable el parto sin que la madre muriese debido al tamaño del cerebro humano y su caparazón. Pero es muy probable que la gestación real para que un niño naciera con un mínimo desarrollo “auto” (ojos, piernas, manos funcionales…) debería ser de muchísimos más meses. Solo así un bebé lograría nacer y ponerse en pie como lo hace una pequeña jirafa después de ser expulsada violentamente al vacío, víctima de la gravedad y de un parto a varios metros de altura, en medio de la sabana con leones acechando.

El ser humano es otra cosa. El bebé nace (con todo mi cariño) inútil e incapaz. No puede hacer nada por sí mismo, y así permanece muchos meses solo hasta lograr un mínimo y básico nivel de funcionamiento. Solo hay que ver lo que cuesta que empiecen a caminar. Nada más y nada menos que en torno a un año después de nacer (en el más precoz de los casos) un bebé podría salir corriendo de un posible depredador.

Ante este panorama, ¿cómo podemos pretender que el niño logre cosas sofisticadas siendo solo un niño? El desarrollo humano es lento. Tan lento que muchos adultos de 30 años aún no han logrado adquirir ciertas capacidades superiores de su cerebro. La maduración cortical (el tiempo que tarda el cerebro en formarse) es un proceso a largo plazo que no culmina hasta la edad adulta.

Por lo tanto un niño no puede en ningún caso ser “auto” en funciones avanzadas como son la regulación emocional, la capacidad de sentirse seguro estando solo o la adquisición  e interiorización de las normas sociales.

Un niño no es un ser autónomo, sino heterónomo. Depende de sus padres para funcionar. Ese proceso de maduración cortical, en la especie humana se ve compensado con una (supuesta) capacidad adulta para completar las funciones inmaduras. Son los padres quienes regulan (calman, consuelan, aguantan y explican las emociones, todas ellas) quienes demuestran estima (dan cariño, palabras bonitas, confianza) y quienes acompañan, para que al final del proceso (al final de la infancia) el niño logre todas estas cosas por sí mismo.

Así que en definitiva, nuestro objetivo como padres no debería ser que los niños lleguen a todo rápidamente y cuanto antes (siendo los más precoces de su clase, de su grupo, en comparación con sus hermanos…) sino desarrollar la paciencia y tolerancia necesarias para acompañar en ese largo y lento proceso de desarrollo que conseguirá hacer del pequeño e indefenso bebé, un adulto sano y capaz de repetir el ciclo. Recordemos, todo proceso autónomo, ha sido en un primer momento, heterónomo.

Nerea Bárez