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Un divulgador científico es la persona encargada de contar la ciencia de una manera entretenida, simplificada y comprensible para el interesado no científico.  Personas dedicadas a la ciencia pero con labia suficiente como para convertir sus conocimientos en algo transmisible al resto.

El concepto es tan interesante y necesario, que todo profesor debería tener las habilidades suficientes de un divulgador científico. Sin embargo, a veces parece que no tenemos demasiados. ¿De qué sirve la ciencia y la investigación si todo se queda solo para el que lo realiza? La investigación se publica en medios cerrados, a los que solo acceden los propios investigadores, y al resto del mundo, le llegan cositas de vez en cuando a través de personas que se dignan a traducirlo. El programa Redes, revistas divulgativas con un lenguaje ameno, o autores que entretienen con sus lecturas, como el gran (y ya desaparecido) Oliver Sacks. El resto, ¿qué hace con lo que descubre?

Así pasa luego, que nos aferramos a teorías obsoletas, simplificadas de la realidad, pero que nos ayudan a entender las cosas al menos un poquito más. En los años 50, por ejemplo, alguien importante, y con ganas de divulgar, habló de la estructura del cerebro con una elegante metáfora, la del “Cerebro Triuno”. Según su autor (Paul MacLean) en nuestro interior, convivirían, sin demasiada harmonía, el cerebro de un reptil, el de un mamífero y el de un homínido superior, el hombre. Estas 3 capas cerebrales serían como una especie de tejido conectado únicamente con unos puntos de cruz en las uniones… pero con un funcionamiento bastante independiente. Como apunta Antonio Damasio (otro buen divulgador) la evolución habría ido organizando las cosas de una manera algo chapucera, construyendo estructuras nuevas a partir de las antiguas. Eso explicaría porqué nos sobresaltamos ante un estímulo amenazante (un ruido inesperado, por ejemplo), aunque nuestro “cerebro” homínido sepa que dicho estímulo en realidad no es peligroso. El cerebro reptil secuestra al resto, y hace su trabajo.

Es un modelo precioso. Nos ayuda a entender algo más de nuestro cerebro. Los avances en neurociencia desmontaron este modelo hace tiempo, al parecer, la cosa no es ni de lejos tan simple. Pero aún así, nos encanta. No queremos deshacernos de él, es un modelo maravilloso, y es mucho mejor que nada. Y probablemente, describa bien parte de la realidad, aunque luego además ocurran muchas más cosas.

Tenemos sin duda, problemas de comunicación graves en este sentido. Son graves no solo por la ausencia , si no también, por la comunicación incorrecta y la ignorancia al respecto. Nos cuesta no solo comprender lo que ocurre en cada área de la ciencia que nos afecta, si no además, aceptar que no sabemos de ello.

No entiendo el funcionamiento de una televisión. Mi mente no da de si para entender cómo se transmite la información a través de ondas de un sitio a otro. Y debo reconocer, que pocas veces me he parado a leer seriamente sobre esto. Cuando me lo han intentado explicar, lo han hecho desde la visión del experto (que no es divulgador) o del profano (que no ha recibido la explicación de un buen divulgador) y por lo tanto, el flujo de comunicación se ha debilitado mucho, hasta el punto de desaparecer. No ha llegado nada que se haya consolidado en mi memoria. Si hubiera una catástrofe que destruyera la tecnología humana, y tuviéramos que volver a empezar, mi contribución al área de las telecomunicaciones sería meramente de apoyo psicológico para los que se atrevieran a intentarlo.

Pero  al menos, se que no se de esto. Sin embargo, ¿solemos saber que no sabemos de todo lo que en realidad, es una explicación pobre de algo científico? ¿O hacemos como con la teoría del cerebro triuno, y nos conformamos con el modelo más simple que entendamos? La responsabilidad sin duda es compartida. Cuando escuchamos, queremos entenderlo rápido, y no nos gusta admitir áreas de desconocimiento. Si hace falta, en los huecos nos inventamos algo. Y cuando explicamos, lo hacemos fatal. Lo hacemos o bien a los que ya lo saben, o bien desde la posición de expertos inalcanzables que como saben tanto, sería estéril tratar de explicarlo al ignorante pueblo llano.

Divulgar es ser humilde. Muchas gracias, Oliver Sacks, Antonio Damasio, Carl Sagan… Gracias a todos los que sabían tanto que no dudaban en contárselo a los demás con palabras amables y con auténticas ganas de que se entendiera. Necesitamos más divulgadores, y menos grandes expertos.

Artículo escrito por Nerea Bárez (Psicóloga)