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Toda conducta es comunicación y no puede no haber comunicación”. (Teoría de la comunicación humana, 1989, Paul Watzlawick.)

… Y a veces, esto se lleva al extremo. Es cierto, siempre comunicamos. Estar con otra persona y no hablar puede estar comunicando cosas muy diversas, en función del contexto. Pero entonces, ¿por qué es tan incómodo el silencio? Montamos en ascensores  y tal vez ya no hablamos, por huir del cliché. Pero sin duda, deseamos que el trayecto sea breve, para huir de ese extraño ambiente que se genera cuando dos personas se quedan solas y no hablan.

Si comunicamos en silencio, tanto como hablando, ¿por qué no toleramos que alguien no nos hable? ¿Qué nos dice, o que sentimos que decimos, cuando entre el uno y el otro no se escuchan palabras? ¿De qué tenemos miedo?

Las parejas que cenan y no hablan, sugieren hastío. Creemos que «ya no les queda nada que decirse». Los extraños en un ascensor, son hostiles si no dicen algo, lo que sea, cuando el trayecto dura más de 2 plantas. La peluquería, el masajista, las salas de espera… dos personas solas, son dos extraños obligados a buscar en su repertorio alguna tontería que decir, con tal de no quedarse callados.

Pero tal vez, esto sea un torpe fallo en la traducción. El silencio a veces es respeto. Es calma. Es sinceridad. No hace falta decirse palabras que en este momento no serían más que ruido. Simplemente estamos aquí, juntos, seamos quienes seamos… y aceptamos el momento y la realidad. Aceptamos que somos dos extraños, y que más allá de los protocolos sociales, no tenemos nada que decirnos. Aceptamos que somos una pareja con tanta complicidad que ya no necesita decirse palabras vacías por rellenar los huecos. Aceptamos el silencio. Aceptamos que la ausencia de sonido puede ser tan elegante como lo es el color negro. Quedamos callados, y disfrutamos del momento.